Y eso que la semana pasada fuimos a un cumpleaños en un centro cultural con cuadros en las paredes, esculturas colgadas del techo y mucha preocupación por si los vecinos se irritaban por la gente en la calle y llamaban a la policía. Pero eso era más hippie-chic, las chicas estaban todas vestidas bastante top y la música era la de siempre.
Ayer el lugar ya daba la pauta de lo que la velada traería. Una escalera finita a la intemperie llevaba a una terraza con las paredes pintadas con dibujos locos y alumbrada por lamparitas de colores colgadas en hileras en diagonal sobre la gente. En el piso de abajo vendían cerveza y empanadas (buenísimas) con nombres como "multiverdura" y "del amor".
La primer banda que tocó estaba formada por varios personajes que miraban incesantemente al piso y -parecía- se esforzaban por hacer de su música lo más monótona y lenta posible.
La segunda atracción de la noche, igual, superó a su antecesora con creces. Cuando nos enteramos que se trataba de una "lectura", nuestro primer instinto fue preguntar por su duración. No teníamos esperanzas de que resultara entretenida, por lo que el factor tiempo pasaba a ser crucial. No nos equivocamos, la chica que leía sus poesías acompañada por guitarras se tenía menos fe que su público y hablaba tan bajito que casi daban ganas de saber qué estaba diciendo, como para pasar el tiempo aunque sea.
Por fin llegaron los whatthe y la rompieron. Por fin la gente se levantó, cantó y bailó. Y flasheó.
*Aclaro que no es un prejuicio ideológico ni nada que se le parezca lo que me lleva a describirlo, sino puro gusto por lo pintoresco